Tuesday, June 14, 2011

Buscando la manera de disfrutar el dolor de una manera distinta.

Espero que deje de llover en mi ventana, para poder ver más allá de la niebla, llegar hasta lo más lejano del cielo, hasta donde está aquello que aún se desconoce; después juntar todas las estrellas del firmamento y dibujarte a detalle con su luz.

Y cuando termine y te tenga cerca, poder separarte con cada una de ellas y destrozarte poco a poco, así como te mereces que lo haga; como una hiedra venenosa, como a un hongo infectando mi vajilla sucia. Disfrutar la sensación que me provoca como truenas entre mis dedos temblorosos, mientras se llenan de tu brillo que poco a poco se apaga.. sentir como te quiebras.. como te deshaces.

Así entenderé lo que sientes cada vez que me matas, cada risa que no entiendo en tus labios, cada pensamiento de amor que ya no tienes, cada mirada que busco y evitas a placer. Y tal vez así pueda vivir feliz sin serlo. Pero al menos habré disfrutado el odiarte por amor y de disfrutar el dolor de una manera distinta a como lo hago ahora.
Cuando me miras a los ojos y me pides que pare, me queda la duda de si realmente quieres que lo haga.
Mas herida busco llegar al clímax de mi alma y descubro que, aunque no quieras te dejaré..

Friday, June 10, 2011

La última partida.

Prendió su cigarrillo como lo hacía todas las noches, mientras acomodaba cada una de las piezas con singular emoción. Siempre utilizaba las negras, algo relacionado con su alma y la mía; la verdad a mí nunca me interesó entender esa analogía. Aunque debo admitirlo: algunas veces me era divertido cuestionar ese argumento, así que le daba por su lado escogiendo alguna de las figurillas que escondía entre sus manos.

Esa noche no fue como las anteriores. Alberto se sentó, miraba al infinito con particular nostalgia mientras acomodaba cada uno de los peones en su lugar. -Esta noche jugaré pensando que eres mi reina, como es la costumbre- Me dijo. –Pero dejaré la estrategia al destino.

Nunca entendía a lo que se refería, cuando estaba en esa mesa era como si fuera otro. Como si el tiempo se detuviera. Como si para él nada existiera; como si no lleváramos años viviendo la inercia de la vida juntos. Hundidos en esa monotonía absurda que nos agobiaba a los dos. Y es que era tan perfecto cuando todo empezó, cuando dejamos todo para fugarnos de la realidad en la que vivíamos. Cuando me convenció de que era especial. –“No hay casualidades”- y sin pensar dejé mi casa, mis amigos, mi perro y mi pasado. Y me concentré en vivir el aquí y el ahora con él. Y en luchar por los sueños que comenzaba a construir a su lado.

Pasaron unos cuantos minutos antes de que se diera cuenta de que su cigarro se había consumido, dejando caer la ceniza a lo largo del tablero que lo recorría, rodando gracias al aire frío que entraba por la ventana que olvidé cerrar… Volteó a verme, suspiró y sacó otro cigarro de la cajetilla, lo rebajó dándole dos leves golpes sobre su preciado tablero. No me percaté de la hora, seguramente el reloj cucú había comenzado a fallar de nuevo. Dejé un momento la inspiración con la que escribía sobre mi viejo diario y me levanté a preparar su café como era la costumbre, con una diferencia, hice uno para mí también. Alberto se sorprendió. –Tú no tomas café- me dijo. Mientras soltaba esa pequeña sonrisa que solo aparece cada vez que algo le sorprende. Y entonces yo me detuve un momento en su tiempo. Admirando el cabello lacio que no me permitía ver más allá de su mirada. Esa mirada que dejó un segundo de pensar en la planeación de su jugada perfecta, de ver en el infinito de la carcomida pintura de la pared y se concentró en mí y en lo que era conmigo a su lado. Como si los años no pasaran y el tiempo no transcurriera en vano.

Alberto me ha conocido. Me hizo la promesa de no caer en la monotonía hasta haber recorrido cada centímetro de mi piel con sus labios y hasta cerciorarse de que verdaderamente mi muslo derecho era más fuerte que el izquierdo, al igual que mi pantorrilla; hasta convencerme de que en verdad tenía varias expresiones claramente utilizadas según mi estado de ánimo, y que descubriría más, en caso de que las hubiera. Al igual, los sonidos que produzco cuando algo me afecta, como el que emito cada vez que hago un coraje que según él, es exactamente igual al sonido que sale de una vaca.

Me miraba con atención revolver los cafés con la cuchara. Siempre he estado para complacer hasta el más mínimo capricho de Alberto. Desde dejar mis sueños de escribir cuentos, hasta prepararle su café con tres cucharadas al tope de descafeinado, mientras le cuento a la azucarera que nos dio mamá, siete segundos exactos en el aire, tiempo suficiente para que deje caer la azúcar necesaria para mantenerse toda la noche en vela, en caso de que la partida lo requiera. Y yo mientras espero. Hasta que termina, se frustra y termino por motivarlo diciéndole que el siguiente juego será mejor que el anterior.

A veces lo he odiado por hacerme soñar, por inducirme a creer en una felicidad inalcanzable que hoy, creo que no existe. A veces quisiera despertar y pensar que Alberto fue un sueño hermoso, pero que mi vida no ha cambiado de lo que era antes de él. Al menos ya estaba resignada a vivir así. Pero él me hizo soñar con volar. Y lo estoy haciendo, sólo que nadie me dijo que nosotros no estamos hechos para ser aves, tendremos que vivir sometidos a nuestra gravedad, maldiciendo nuestra realidad, mientras evadimos con algo -lo que sea-, un juego de tablero. Y añorando una felicidad inexistente, equívoca, tan ambigua como describir ese concepto… como decir un “te quiero” sin sentir; como recibirlo y creerlo. Como morir poco a poco y seguir viviendo. No esta vez. Esta noche tú café será más dulce que nunca, pero no estarás solo amor. Voy a brindar contigo por la vida que tenemos. Y por la muerte que vendrá.



Finalmente, Alberto ha movido una ficha. Al menos algo positivo queda de esta historia: mi diario, mi mundo de papel, mi terapia; hoy será el testigo mudo de los acontecimientos sucedidos en esta casa a la que cariñosamente, alguna vez, llamamos hogar. Por que a pesar del tiempo, a pesar de las ganas, que ya no tiene, estamos aquí sentados en los extremos de los viejos sillones que adornan esta sala, para recordarnos lo que nos ha sido obvio y no por eso dejará de ser. Porque desde aquí le guardo mi recuerdo, desde aquí que se encuentra conmigo, desde aquí que espero al destino entre letras y piezas de ajedrez. -Tomemos café e intenta explicarme de nuevo desde tu sillón, los movimientos que hace cada una de las piezas que cuidan a tu reina- Le dije. Alberto trata de hacerme entender que el juego es mucho más que movimientos de piezas de mármol en una fina mesa, especial para su tablero. He escuchado ese relato tantas veces, que si conozco la dinámica del juego es sólo por repetición e inercia. Me fastidio, desespero y me siento alejada de él mientras disfruto de verle, tomando café, en mi viejo sillón.

La ventana sigue abierta, mucho aire y lluvia. A Alberto parece no importarle. Continúa ensimismado, molesto porque al parecer se va ganando a sí mismo con las fichas que no había escogido. Yo solo espero que deje de llover en mi ventana, para poder ver más allá de la niebla y así juntar todas las estrellas para dibujarle con su luz. Y cuando termine y le tenga cerca, poder separarle de cada una de ellas y destrozarle poco a poco, como se merece que lo haga, sentir como truena en mis manos, como se quiebra, como se deshace. Así sentiré lo que siente cada vez que me mata, cada risa que no entiendo en sus labios, cada pensamiento de amor que ya no tiene, y tal vez así, pueda vivir feliz sin serlo. Pero al menos, me jactaré de haber odiado por amor y de haber disfrutado el dolor de una manera distinta a como lo hago ahora.

Me mira de nuevo, algo siente. ¿Es acaso que se ha dado cuenta de que está enamorado? No, es el simple efecto a la reacción lógica de los componentes de la dulce bebida que los dos disfrutamos, a la misma que con tanto cariño he preparado hoy para ambos. Porque esta noche, Alberto ha jugado pensando en su reina, pero el destino ha decidido que me entregue para siempre a mi rey que tanto me conoce. Prepararé la cama, será mejor intentar dormir para no sufrir el efecto, no me gustaría pensar que se angustie, no tardará mucho en pasar. Pronto nos sumergiremos en eterno sueño compartido.

Que fácil es derrumbar una construcción de tanto tiempo de manutención, en sólo dos segundos, con una palabra, con una mirada. Con Alberto evadiéndose en el ajedrez, con un café. El amor se va perdiendo y perdiendo, hasta que te das cuenta de que los años pasaron y no queda nada. Dos perfectos conocidos durmiendo como extraños en la misma cama. Sin embargo me agobio e intento darle tiempo al amor. Aunque espero no tarde más, no sea que deje de soñar y me deje influenciar por la mediocridad de lo cotidiano, para ser sólo una más y comenzar a vivir por vivir…

Pero es tarde. Volteó a verme, suspiró y sacó otro cigarro de la cajetilla, lo rebajó dándole dos leves golpes sobre su preciado tablero. No me percaté de la hora, seguramente el reloj cucú había comenzado a fallar de nuevo. Dejé un momento la inspiración con la que escribía sobre mi viejo diario y me levanté a preparar su café como era la costumbre, con una diferencia, hice uno para mí también. No tardo Alberto, mientras termina tu jugada.