Thursday, March 26, 2015

GraciasMcDonaldsPorDarmeLasGanasDeVolverACasa.



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¿Cómo no agradecer al BigMac de McDonalds? uno de mis mejores amigos en desventura. ¡Grande como su nombre! Dos pisos de carne molida, de incierta procedencia, mal bañadas en olas de condimento rojo-amarillezco, que se menean al compás de mis manos mientras la abrazan; acompañado, válgase la obviedad, de sus bosques de papitas y ríos de endulzado refresco, el cuál, en este país del norte, se puede rellenar las veces que uno quiera cuales pequeñas y deliciosas descargas de diabetes y obesidad al alcance de todos, a un módico precio.

Si tuviera más dictadura en mi cerebro, le recordaría pedirle al encargado, sea tan amable de evitar el pepinillo; sin embargo entre la prisa y el cansancio acumulado, lo olvido. Así es como termino haciéndolos uno a uno a un lado de la servilleta de papel encerado, ese papel encerado austero; mismo que le anuncia al resto de los comensales del lugar, que he comprado el paquete más abstinente. Yo como sin darles importancia, pues ansiaba tanto mi momento de comer, que el resto puede mirar tanto como le la gana.

Así han sido gran parte de mis días en este país. Esa mesa del viejo McDonalds de la calle 83 y mis ilusiones rotas que enmiendo en esos $3.50 dólares de pacotilla, mismos que fueron mi salario por media hora de trabajo, eso claro sin descontar el seguro, el impuesto y el alquiler. Por ahora me tengo que conformar con la “big mac” que a diferencia de la ensalada, es más barata y más rica; además de que la puedo administrar en mis siguientes horas de hambre, en mi ritual acostumbrado, que es más o menos así: por la tarde las papitas y una certera fracción de mi hamburguesa, por la noche el resto y así, hasta que le tomas el gusto o a tus ganas las supera la costumbre.  

Lo cuestionable en varias noches de insomnio ha sido el queso. Mi abuela solía regañarme cada vez que le pedía queso amarillo de la tienda para mis sándwiches de la escuelita, “eso es puro plástico”, dónde has visto tú que las vacas den leche amarilla”… irónicamente el estar lejos hace que añore los sabores dentro de los regaños en la casa que fuere mi hogar y las tardes de café de olla con pan y garnachas, como las de Rinconada. Donde entre regaños y corajes a medias, “mi abu” me hacía sentir uno de sus pequeños seres de luz y calorcito de familia. Pero por ahora he llegado a la mitad de mi “big mac” y debo continuar mi jornada del día, mientras agradezco la oportunidad de tener hambre para algún día volver a casa.    

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